ni la silueta de tu espalda desnuda, que a mis ojos deleita y a mi alma sosiega...
el contemplarte bella, radiante más que el amanecer mismo; mirarte y mirarme en ojos tan bellos...
porque no es despertar esto de encontrarme solo y en una penumbra ciega.
El olor del café, sin el toque glamoroso de tu perfume, me resulta obsceno, hereje...
sin ese sonido atiborrado de dulzor que da tu voz cuando me nombra, me siento yo mismo ausente...
que tu boca no haya rosado la mía en el gesto cotidiano de querernos, hiere...
pierde el sabor la fruta, la miel y el néctar cuando conmigo en la mesa no estás presente.
Mirar la casa, los cuadros, los suelos, los techos y las barandas; porque no saco a mis ojos de tu extravío...
el silencio grita, retumba, merodea y me incomoda; un leon sin su presa que me observa y se detiene...
no hay roces, caricias ni estremecimiento; una perdida total de tacto, de piel, un sin sentido...
la bocanada de humo que engullo para estrangular esta ansia de correr a buscarte y perderme.
Hoy desperté como nunca, no me hallé, no pude verte.
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