La bestia encarnaba en las ondas de radio...
trepidaba en los alrededores de nuestra morada, día y noche.
Su sola sombra atemorizaba nuestras mentes.
Narran que la muerte entre sus fauces es angustiosa y terrible...
arranca las carnes del hueso y expone nuestro adentro a la podredumbre de la miseria.
Vivimos juntos ese miedo, un miedo profundo, solitario...
el terror se arremolinaba en los corredores de nuestros pensamientos...
se colaba en los sueños, transformándolos en las peores pesadillas...
como un demonio a sus crías, así el leviatán alimentó nuestros temores...
la mente atormentada por la sola idea morir destrozada entre sus fauces...
y esos demonios hambrientos de dolor y sufrimiento, sacaron lo peor de nosotros.
La desesperanza y la amargura me tomaron de la garganta...
la frustración y el resentimiento hicieron lo propio contigo.
Nos destrozamos, tiramos con la furia bestial de nuestras carnes...
al lecho le arrebatamos la piel de la pasión y el deseo...
a la ternura y los besos los dejamos en el hueso.
Hoy yace aquí mi cuerpo sin alma, he sucumbido a la atroz muerte del leviatán que creamos.
Tu cuerpo se marchó entre sollozos y como fantasmas de tu esencia quedaron mis afectos.
Afuera sigue el leviatán y ya no estamos nosotros.
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