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El amor y el desamor, dos caras del afecto

Tratar de presentar como se vive el mundo a través del alma de un ser humano con trastorno bipolar es menuda tarea. No imagino como puede experimentarse la emocionalidad sino en esta ruleta que vivo, pero tratar de presentarla es quizá una forma de dejar fluir la experiencia y transitar senderos nuevos de autodescubrimiento. Este artículo es una exploración mía en esta búsqueda.
Descifrar el amor no me ha sido fácil a través de las décadas. Y aunque la experiencia hace al maestro, creo que de tanto querer me he perdido. Me desorienta. Digo esto pues a pesar de brindar la lealtad y compromiso más profundo, las promesas de amor duradero que he aceptado simplemente se han roto. Pero al romperse han dado espacio a la más desagradable faceta del amor que haya conocido: el desamor.
Pero antes de continuar con el tema central debo dar algún marco de referencia de mi experiencia en esto. Así que debo narrar, grosso modo, como he venido a interpretar este tema en mi vida.
Reconozco que mi personalidad es difícil, el salpimentar la vida con la pasión y emocionalidad que dispongo no ha de resultar tan fácil. Pero al mismo tiempo es el mayor atractivo de compartir la vida conmigo. Mis hijas, que me aman sin medida, siempre me dicen que tener un padre bipolar es muy divertido (supongo que mi depresión no las ha golpeado tanto). 
Obviamente no sé sentir de otro modo. Por eso decidí abandonar las frases como "padezco trastorno bipolar" y su semántica. Ser bipolar es parte constitutiva de ser yo, no puedo pensar o sentir sino dentro de ese marco en el que existo. Negarme a aceptarlo trajo pésimas consecuencias tal como veo las cosas ahora.
Sin embargo, el lado oscuro de este trastorno afectivo para mi es duro. La tristeza y la melancolía son de una fuerza que podría catalogar de devastadora. Reconozco que arrasan con los deseos básicos de sostener la vida, roban el aliento y tratan de ahogar la esperanza. Pero sabes, allí surge otro de los puntos fuertes de mi ser. Mi fuerza de voluntad, aunque no lo parezca, es superior. Me mantengo leal a las cosas que me importan y me niego el camino corto para apartar el sufrimiento emocional. No me será posible explicar con palabras la magnitud de ese reto para mi, lo duro que puede ser tener que llevar esa batalla día tras día, sobre todo cuando hay razones claras para estar deprimido.
Durante años he estado medicado para controlar esos desvaríos de mis emociones. La eutimia, ese estado de "equilibrio emocional", era el objetivo de las drogas que consumía. A cualquier persona con trastornos afectivos severos le puedo asegurar que la medicación es fundamental. Pero hay que dar cabida al espíritu, al alma, al ser. Yo decidí apartarme un tanto de la medicación (en parte porque no se encuentran los fármacos en esta Venezuela) como porque he optado por desarrollar una formula propia, mía, sin más. Espero que los resultados no sean fatales, pero es mi decisión cambiar cuando las cosas no satisfacen mis deseos. Recalco que es una vía personal y para nada sugiero a otro hacer algo como esto. Lo hago pues creo que es lo mejor para mi.
Dicho lo cual, puedo hablar de como experimento el amor. Al principio suele ser una atracción superficial la que me ha llevado de la mano a enamorarme. Las curvas de un cuerpo de mujer siempre han conocido como arrastrarme a la hoguera de mis pasiones. Un rostro que yo considere hermoso ha sido casi que fundamental, una sonrisa afable. Pero traspasado el velo de lo visible, es allí donde surge el amor. Su tono al hablar, la fuerza de su personalidad o su inteligencia han sido esos elementos que han clavado mi alma con la frase "Te amo". Y eso sucede sin darme cuenta. El tiempo va construyendo en los variados encuentros una madeja, que va enredando cada uno de los aspectos constitutivos de mis afectos. Ella me hace falta, la extraño, no dejo de pensarla cuando no está.
Escribo intentos de poemas, que me permiten ser yo en palabras. El tiempo sigue enredando los hilos. La convivencia nos pone en circunstancias distintas. Ya no nos separamos, ahora vivimos juntos. Los 2 primeros años han sido la gloria con las parejas con las que he vivido. Ellas han manifestado amor en todas sus formas y yo desenfreno en todas las mías.
Pero extrañamente o irónicamente, como prefieras, cuando ese terco corazón mío se ha decidido a dar mi compromiso leal y sincero para el resto de la eternidad (se compromete uno fácilmente con lo desconocido hablando de tiempo), pues las promesas se han roto. Y digo que me sorprende pues a quienes nunca les ofrecí mi promesa son esas mujeres que más se negaron a renunciar a mi.
Mis rupturas siempre han estado signadas por fuertes tormentas emocionales, de lado y lado. No suelo percatarme de que es un escenario de muerte para la relación, siempre me ciego y no veo ese escenario o simplemente estoy tan imbuido en mi arrogancia o terquedad que sigo de largo.
Pero el amor termina.
Y lo que una vez fue dulzura y afectos se transforma en un erial de sinsabores. El desamor, tan intenso como el amor primero, hace acto de presencia.
No logro comprender como  pudieron apartarme de sus vidas de una forma tan rotunda, tan definitiva. Quizá sea la forma más fácil de enfrentar este tipo de dolor para ellas. Porque no puedo decir que no me han amado. Pero esa misma fuerza del amor primero potencia su transformación en desamor. Y puedo dar fe de que el desamor duele, mucho.
Así aquellas que hablaron de matrimonio o de hijos, en un abrir y cerrar de ojos ya no quieren conversar de nuevo conmigo. Ellas saben cuales fueron las razones que las llevaron a dejar de quererme, yo sólo puedo suponerlas. Al fin de cuentas, lo que me afecta no son las razones sino sus consecuencias.
Tuve una pareja con la que construí una bella familia, muchos coinciden en que así nos veían. Mis hijas mayores y su hija se hicieron hermanas entrañables. Superamos juntos muchos tramos difíciles. Yo en verdad creí que iba a perdurar hasta mi muerte. Como ves, no fue así.
Y heme aquí hoy, escribiendo sobre el desamor casi con la misma fuerza con que lo sentí la primera vez que me enamoré profundamente de una mujer, hace ya 25 años. Duele como si un millar de bestias en estampida cruzarán sobre tu cuerpo. Como si te deslizaras en un tobogán cortante de hojillas de afeitar para luego caer en una piscina de alcohol. Mis frases como "te quiero" o "te extraño" o "me haces falta" suelen impactar contra una respuesta muda, una sutil indiferencia, como un puñetazo en la boca del estómago.
Y la mente siempre se tienta a buscar explicaciones, culpables, causas, consecuencias, futuros y pasados. Menuda trampa para hundirse en el sufrimiento emocional, y se cae redondito. Hoy día fluye mejor mi emoción y llevo gentilmente a mi mente fuera del plano de los pensamientos. Siento el dolor, lo dejo que circule en mi cuerpo. Lo dejo pasar cada vez que aparece y que se vaya. Es como transitar bajo una fuerte lluvia, sentir las gotas sin preocuparnos por las ropas o el frío. Algún día cesará de llover (porque no soy Noé el de la biblia), amainará el dolor. Cada vez que surge el desamor en un gesto de ella a la que aún amo, pues me siento como faquir que se somete a una prueba de caminar sobre las llamas.
En el fondo esto de amor y desamor son facetas del mismo afecto. Por eso sigo enamorado del amor (una lágrima saltó cuando escribí la última frase).
El amor es bipolar. 

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