Tratar de escribir sin pensar demasiado lo que escribo es como una suerte de quimera. Suelo estructurar mis pensamientos para cuidar mis palabras y lograr con ellas algún propósito medianamente preestablecido.
Hacerlo sin las derivaciones tácitas de mi conciencia es más que un acto creativo, es una suerte de divagación llana, plana, sin demasiadas aspiraciones. Y para un ego como el que acostumbraba tener esto sería una herejía. Y lo dije, acostumbraba, ya no.
Es que han sucedido tantas cosas para mi, para lo que estaba acostumbrado a vivir, que me siento por lo menos atribulado. La mayoría de los eventos que percibo me han resultado desagradables en el último año y el entorno es para nada alentador.
Sin embargo, no soy el mismo. No me convertí en un optimista recalcitrante, estoy atrapado en otro estadio y no sé que etiqueta colocarle. No me gustan las condiciones en las que mi vida transcurre y en cierta forma despiertan en mi una aletargada tristeza. Más no la fiera que acostumbraba atormentarme, no, otra cosa quizá igual de desagradable pero menos certera.
Ya la verdad que el ejercicio de la escritura emocional me va de perlas, logra cambiar mi estado de ánimo la mayoría de las veces. Y lo que dejo es libertad a mi alma de golpear el teclado en un sinfín de palabras que podrían no tener mucho sentido. Es al final, una suerte de melodía emotiva que va chocando contra el teclado para rebotar en mis ojos, Una canción de amor, sin amantes ni entretelones. Sólo las voces que antes gritaban en mi cabeza, ahora pueden susurrar al ciberespacio.
Porque es mi alma desbocada la que puede dar rienda suelta a este desvarío, no creo que yo en mi sano juicio pudiese escribir una cuartilla de cualquier cosa en apenas unos minutos. De hecho hoy redactar 6 páginas de un informe me ha tomado por lo menos 6 horas. Poco eficiente podría pensar, lo que sucede es que por el informe me pagan con dinero, mientras que esta prosa quizá sólo yo la lea al final del día,
Escribir desde el alma, es para mí, escribir desde la locura. Pues sólo un demente puede hablar de amor cuando está en la más absoluta soledad. Sin más compañía que unos latosos insectos que vienen a extraer mi sangre y sacarme de la línea de este texto. Es perderme en esa fantasía mía de amar incondicionalmente, de amar y amar, de entregar, de dar, de sacrificar mi mundo egoísta por el de otras personas que a veces ni siquiera se percatan de lo que hago. Sólo que en el caso de mis hijas, mi recompensa es ese cariño que me expresan de vez en cuando. Es que quizá siempre me he visto poco merecedor de afectos, y ese es un juicio abandonado. Sé que he logrado ser una mejor versión de mi mismo cada día. Más el mundo no es lógico, ni justo ni predecible. Simplemente un azar nos hace los eventos de una u otra forma. No queda otra más que aceptar y perdonar.
Porque en fin de cuentas, todos somos inocentes. Y todos somos responsables.
En mi locura oigo una voz que me dice, yo quiero un amor bonito que me llene de alegría, yo quiero un amor bonito que me de su corazón, un amor que me de besos y no mortificación.
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