Es normal fijar nuestra atención en alguien que nos atraiga. Siempre podemos encontrar elementos apasionantes en un ser humano como para volcar nuestros afectos. Y es posible que esta nueva persona esté comprometida con alguien antes de encontrarnos. E inclusive la atracción puede ser recíproca, hasta muy intensa. ¿Por qué no permitirse entonces disfrutar de otra persona por el simple hecho de que esté comprometida?
Hace varios años ni siquiera hubiese formulado la pregunta para mi. Y el tiempo y la experiencia me han develado una interpretación con la que me siento más a gusto, más acorde con mi actual forma de ser en el mundo.
La pasión es una emoción intensa, ruda. Nos arrebata. Y puede hacernos perder el sentido de lo que verdaderamente nos importa. Y podría ser efímera también.
Porque el amor profundo está anclado en cosas más allá de la pasión. Y a veces lo desestimamos porque no es igual de intenso, porque no nos provoca todas esas cosas que un amor nuevo nos entrega. El amor pasional nos embriaga y arrastra. El tema es si vale la pena la resaca.
Atravesar el sendero de tener paz de conciencia y libertad, para entregarse a una pasión que tiene altas probabilidades de morir al poco tiempo, es rápido y hasta sencillo. Al principio será algo oculto, atrevido pero sin consecuencias según nuestra forma ingenua de engañarnos.
Si la pasión se alimenta de los encuentros, al cabo de un rato queremos más de esa persona, más tiempo. El engaño se hace todo un ingenio, todo con el afán de mantener esa pasión que nos arrastra. Soportar que este nuevo objeto de pasión comparta cada una de sus noches con otra persona resulta tolerable, al final existe la promesa de que esa situación acabará. Promesa que puede cumplirse o no, mientras uno no ha sacrificado nada el otro siente que lo carcome la espera.
No podemos saber que pasa por la mente y el corazón de la persona que está comprometida con dos personas a la vez. Sólo puedo pensar que además de egoísta es un posición que aparenta ser cómoda. Tiene lo mejor de dos mundos, la pasión y del otro el compromiso, o por lo menos la seguridad de la compañía. Y el amante es un cómplice de la traición, una persona que actúa de forma inmadura e irresponsable para consigo y el mundo.
Pienso que es inmaduro e irresponsable, porque la madurez obliga a valorar suficientemente las consecuencias de las decisiones que tomamos. Vincularse a alguien que no sabe mantenerse leal a un compromiso es querer atravesar ese mismo tipo de falla de integridad, la deslealtad. ¿Acaso al hallar una nueva pasión intensa en el futuro el desleal sufrirá un ataque repentino de integridad? ¿Cómo confiar en alguien así?
No coloco en mi consideración que sucede si el compromiso prexistente incluye a una familia. ¿Qué sucederá con los hijos y sus vínculos? ¿Vale la pena causar dolor a seres inocentes con el único objetivo de satisfacer nuestras ansias pasionales? ¿Tiene algún sentido ese universo de drama y dolor? ¿No es posible evitar entrar en espirales de sufrimiento al simplemente no involucrarnos con personas comprometidas?
Yo he sentido fuerte atracción hacia mujeres casadas. Existen miles de narrativas que permitirían justificarme y justificarlas en función de permitirnos la aventura. Son argumentos para sentirnos libres de la responsabilidad y que nos permitan el disfrute. Mentiras y engaños para permitirnos ser poco íntegros.
La probabilidad de entablar relaciones limpias, honestas, duraderas y comprometidas con personas que son desleales es muy baja. Yo prefiero el compromiso y la honestidad pues no busco sólo pasión. Yo quiero construir pareja, familia y un horizonte de compañía vital.
Así que decido no vincularme con una mujer que no haya decidido estar sola antes de estar conmigo. Por más que me atraiga, por más que me parezca inigualable, yo merezco la virtud de empezar limpiamente. Sin víctimas ni victimarios. Sin dolor innecesario, sin sufrimiento.
Esto lo escribo para animarme, darme fuerzas, para seguir siendo íntegro. Para no provocar dolor innecesario, en especial a mi mismo
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