Decidir suele ser un acto en el que cambiamos el curso general de las cosas, los eventos, las relaciones. Solemos decidir entre diversas opciones o caminos posibles. Optamos renunciando a un conjunto de posibilidades en función de otro. Ese tomar posición suele estar influenciado por la interpretación que en favor de una u otra alternativa hemos construido. Y en muchos casos esa interpretación no cuenta con información suficiente o está impregnada de las emociones en las que nos encontrábamos al elaborarla.
Podría pensar que en muchos casos al decidir realmente estamos haciendo una apuesta. Una en la que todas las hipótesis que construimos nos apuntan a un camino en el que creemos ganar y entonces vale la pena optar sin considerar demasiado las consecuencias. El juego nos da ganadores y los beneficios aparentan ser justificativos para los riesgos o pérdidas inmediatas que acarrea el tomar esa opción.
Y he allí el punto de partida para sabotearnos la vida. Pues al construir las hipótesis solemos creer que nuestro punto de vista es el único admitido. No consideramos que existen otras formas de abordar el fenómeno, de interpretarlo. Si además nuestros estados de ánimo son de agobio, confusión, resignación, arrogancia o resentimiento pues el conjunto de premisas sobre las que construimos este juicio de posibilidades puede tener un sesgo tal que nos impida ver otras posibilidades.
Y actuamos en consecuencia. Tomamos una decisión y nos identificamos con ella. Nos recitamos a pie juntillas los juicios que la justifican y pensamos que reconsiderar la decisión, corregirla o mejorarla pues nos pone en entredicho, nos cuestiona el ser. Y somos lo que hacemos.
Entonces nuestro adversario puede ser nuestra propia forma de interpretar el mundo, los juicios que elaboramos para dar sentido a nuestras vidas. Y son tan sólidos como el aire, con la fuerza de la tempestad. Son tan fuertes que los definimos como "verdad". Y ante la verdad pues nada se impone. Tanta verdad como lo fue para la humanidad que la tierra era plana, al punto que seres humanos murieron sólo por atreverse a pensar diferente.
Así actuamos, apegados a nuestra interpretación unívoca. Nos anclamos a ella, aunque las consecuencias que acarreen sean de peso considerable. Nuestra narrativa nos justifica, le da sentido a lo que quizá sea un sinsentido. Ponemos piloto automático hacia el desastre.
Y aunque hallamos actuado en un sentido, reconsiderar ese sentido puede ayudarnos a mejorar el curso de nuestras acciones. Mejorar no es más que ampliar el universo de posibilidades disponibles ante una situación dada. Porque nunca podremos atisbar el futuro, sólo pensamos o intuimos como ha de ser a partir de nuestras acciones presentes. Caminamos en la oscuridad, apenas pudiendo ver nuestro siguiente paso. Y es allí donde tener claro nuestro norte, nuestro deseo de ser en el mundo, nos ayuda. No sé como describirlo, es conectarnos con esa sabiduría interna que ante una contradicción nos hace titubear. Nos está alertando que el camino que estamos pisando no nos lleva en la dirección donde está nuestro norte.
Esa intuición que nos dice "esta opción apunta a hacerme más feliz pero no está bien". Es identificar que lo que aparenta traer beneficios es quizá a la larga una vía de costo alto para nuestra alma. Aquí juegan valores como la integridad, la coherencia, la nobleza, la lealtad, el compromiso y el respeto. El amor profundo por el ser humano, que nos hace responsables de nuestras acciones y por tanto de las consecuencias que acarrean para otros. Y ser responsables trasciende a la culpa o al remordimiento. Ser responsables es hacernos cargo de las consecuencias que nuestros actos tienen para con otros, sobre todo si estos otros no pueden evitarse pérdidas o dolor. Y ser responsables requiere gallardía, fuerza interior y una capacidad de reconocernos capaces de errar.
Estamos interconectados, somos interdependientes. Así que en algunas circunstancias es mejor sacrificar ganancias personales aparentes de corto plazo, si existe la posibilidad de crear mayor bienestar futuro para el mundo de largo plazo. La interpretación egoísta nos lleva ordinariamente a mundos de ganancia aparente y que no pueden sostenerse. Es como robar mucho y luego pagarlo con la cárcel, creí que el beneficio valía la pena el riesgo porque sólo me decía que la consecuencia no me iba a suceder a mi. Actuar desde los principios quizá me hubiese ahorrado considerar siquiera el riesgo.
Somos como actuamos y actuamos como somos.