Condena mi herejía si te place...
llévame al cadalso de tu condena...
que me importa a mi lo que piensen...
si vivo este suplicio, sufro mi pena.
Que ardan las piras, lluevan las piedras...
las promesas de ese Dios no existen...
son cuentos para un niño que ya no vive...
se han reventado mis cruces.
Un gancho clavado sobre el pecho,,,
se ha incrustado en la carne, el hueso...
las tiras de mi corazón ha desecho,,,
de un sólo tirón me ha destrozado.
Ardor, martirio, la jauría de mis demonios...
buitres, perros, ratas y toda alimaña...
se dan festín con lo que queda de mis entrañas...
el alma fresca y noble que se pudre en desaliento.
¿Por qué me mintieron con eso de ser bueno?...
no hay cielo, paraíso o premio, es engaño para ingenuos...
me ahoga la sangre espesa agolpada en mi garganta...
sólo oigo el jadeo moribundo de mi espíritu infecundo.
La vida entrega menos que lo que quita...
es una rosa marchita...
sin pétalos, colores o aroma...
sólo maledicentes espinas.
Promesas de amor, familias y besos...
embustes, vanas palabras, malhaya quien las dijera...
prosperidad, dicha, alegría...
ninguno de esos sabores sentir podría.
Maldita la hora de mis tormentos...
esta lluvia de tristeza putrefacta...
maloliente a alma descompuesta...
a sueños que ya no tengo, a esperanza muerta.
Desde el fondo de mi fosa clamo y nadie viene en mi auxilio...
el lodazal de esta congoja se aferra a mi cuerpo...
lo retiene, lo hunde, lo extingue...
de a poco lo va matando.
Esta es la muerte de un alma, la mía...
para dejar sólo un cuerpo vacío...
que coma, beba y respire...
sin sueños que lo inspiren.
Yo tenía fe...
hoy sólo escucho mi voz maldecir tormentas.
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