La tristeza no me agrada. Esta emoción me arrebata fuerza, se retroalimenta provocando pensamientos negativos u oscuros. Siento dolor a través de ella. Me percibo vulnerable y frágil. Me alejo del mundo y me torno solitario.
Trato de que no dure demasiado en mi. Me acosa cada día, está al alcance de cada paso y se sube a mi cotidiana lucha. Y alrededor mío las cosas empeoran, así que buscar oasis de alegrías, espacios donde refugiar mi alma, se torna más difícil.
Hoy me siento irremediablemente triste. Escribo para librarme de ello tan pronto como sea posible. No escribo para que nadie me lea, lo hago para exorcizarme.
La soledad me golpea y no hallo como remediarlo. Conozco a personas interesantes, joviales y optimistas. A varias de esas personas puedo considerarlas mis amigos, y no logro conectarme. Es como si algo impidiese a mi alma el disfrute.
También reconozco que extraño mucho lo que tuve, una familia. Quizá sea la trampa que me tiende la tristeza para apoderarse de mis días. Pero saberlo no me basta. Pues aunque acepto el hecho de que ese aspecto de mi vida cambió y me hago cargo de mantener los vínculos que puedo, esa ausencia aún la siento dentro.
Me he hecho más solidario con los desconocidos, con la gente de la calle que vive horas de angustia y miedo. Tiendo mi mano protectora y mi palabra de aliento. Esos instantes me siento útil y me olvido de mi. Dura poco y vuelvo a este espacio, el de mi soledad y tristeza. No me resigno, sigo intentando vivir contra todo pronóstico.
Amo a mi Gaby, Vero y Lola. Me conforta saber que están bien, sobretodo protegidas. Por mi madre no hay mucho que pueda hacer, la demencia senil es una suerte de infierno. Y por otra persona a la que aún amo, está más allá de mi alcance y yo merezco un trato mejor. En ese último caso espero que, para mí, su memoria se vaya al olvido. Así ya no sentiré más su ausencia.
Ya para este punto han cesado las lágrimas, creo que escribir me ha funcionado. Esta soledad, esta tristeza se han tomado un descanso a través de mis letras